Eran principios de octubre de 2019 y Quito ardía en llamas.
El humo de las bombas molotov y los gases lacrimógenos cubrían los edificios, mezclándose con el fuego de los neumáticos en llamas. Familias enteras marchaban en el combate cuerpo a cuerpo. Hombres con camisetas atadas a la boca arrojaban piedras a la policía antidisturbios quienes respondían con balas de goma. Había una constante cacofonía de sirenas. Se trataba de la protesta más violenta en la memoria reciente de Ecuador. El 1 de octubre, el presidente Lenín Moreno había anunciado que erradicaría un subsidio de combustible de 40 años, reduciría los salarios de algunos trabajadores del gobierno en un 20% y reduciría a la mitad sus vacaciones anuales, esto a cambio de un préstamo de $4.2 mil millones del Fondo Monetario Internacional para encarar la desaceleración económica. Inmediatamente, el precio del diésel aumentó a más del doble. Muchas personas ya estaban batallando ante la creciente desigualdad, y con este golpe final, salieron a las calles.
Desde el principio, el presidente, flanqueado por soldados, insistió en que no había problemas reales y acusó a sus críticos de organizar las protestas. Al mismo tiempo, su administración parecía estar suprimiendo información. Los espectadores notaron que los canales de televisión presentaban entretenimiento sin sentido como “Bob Esponja”. Periodistas de medios de comunicación independientes estaban luchando por publicar y transmitir, pero muchos encontraron bloqueadas las señales de teléfonos celulares. Al menos 16 periodistas fueron atacados el primer día de las protestas y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos reprendió a la policía por su brutalidad contra la prensa. La ministra del interior del presidente Moreno, María Paula Romo, acusó a reporteros que cubrían los eventos de atacar al gobierno. En una conferencia de prensa, le dijo a un reportero de la radio: “ustedes han sido muy importantes en las noticias falsas”.
A falta de información real, las opiniones aparecieron rápidamente en Twitter. Pero muchas no estaban dirigidas al gobierno. En cambio, las redes sociales se volcaron abrumadoramente contra los manifestantes.
Existieron advertencias de que esto sucedería. En un informe de 2015, el Colectivo de Investigación y Acción Psicosocial, un grupo de investigación ecuatoriano, advirtió que “el gobierno puede convertir en ‘enemigo’ a quien desee y denunciarlo de forma masiva”. Cuatro años después, esa profecía parecía cumplirse. A medida que se desarrollaban las protestas, el hashtag #CONAIEterroristas se esparció por Twitter, apuntando al grupo activista más poderoso: la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador o CONAIE. “Ahora estos salvajes han llegado con sus lanzas”, escribió @CesarJavier_x19. “Absolutamente todos los líderes de CONAIE deberían estar en prisión por terrorismo, secuestro y daños a bienes públicos y privados”, escribió @nlopezcalle. Algunas personas afirmaron que los hombres indígenas estaban utilizando a las mujeres indígenas como escudos humanos contra la policía; otros dijeron que Quito había sido destruido por activistas indígenas en contra de la modernidad.
La base para esta reacción violenta se había establecido años antes. La CONAIE y otras organizaciones indígenas criticaron enérgicamente al expresidente Rafael Correa, quien asumió el cargo en 2007. Desde los primeros años de su administración, cuentas falsas de redes sociales habían atacado constantemente a estas organizaciones, llamándolas retrasadas, tontas y violentas. Este racismo demostraba el miedo al poder que tenían las mismas. Existen 14 etnias indígenas en Ecuador, que suman alrededor de 1,1 millones de personas y tienen una importante voz política. Su activismo a favor de la tierra y los derechos culturales los ha hecho chocar contra los planes de minería y extracción de petróleo de las pasadas administraciones presidenciales. En cuanto CONAIE anunció que se uniría a la protesta de octubre, fue entonces que las multitudes en las calles se convirtieron en una fuerza formidable.
Las protestas duraron 11 días. El 13 de octubre, cuando CONAIE y el presidente Moreno finalmente negociaron un acuerdo con grupos indígenas para poner fin a su participación en las protestas, el hashtag fue reutilizado para acusar al gobierno de rendirse ante el terrorismo. “Esto tiene que ser histórico. Un grupo terrorista chantajeando a un país entero en tiempo real”, escribió el usuario de Twitter @defreitasmario. “Ya cediste ante el terrorismo… no dejes que secuestren a todo el país e impongan su estupidez”, escribió @JF_Nicolalde, etiquetando al presidente Moreno. Y @MenendezOswaldo escribió, simplemente, “el terrorismo ganó”. El 17 de octubre, el hashtag alcanzó su cenit y fue tuiteado 8,310 veces ese día. En total, según un informe analítico, #CONAIEterroristas fue mencionado en 16,379 tuits y retuits que alcanzaron hasta 5.1 millones de usuarios de Twitter.
Para dar sentido a estos números, el analista de redes sociales Alberto Escorcia realizó un informe analítico del hashtag a través de un software especializado. La imagen resultante se parecía a las raíces de un árbol: dentro del sistema de raíces, había grupos de cuadrados, círculos y triángulos que representaban bots que habían coordinado retuits en masa en breves períodos de tiempo. Estos bots no interactuaban entre sí y su comportamiento idéntico indicaba que simplemente eran máquinas programadas para retuitear. “Esto es anormal…porque la forma en que las personas debaten e interactúan es a través de menciones o retuits que agregan algo a la conversación”, dijo Escorcia. Además de los bots, encontró también evidencia clara de que los trolls retuitearon el hashtag.
Algunos usuarios del hashtag #CONAIEterroristas parecían ser personas reales que probablemente no sabían que muchos de sus compañeros de conversación no eran humanos sino máquinas sincronizadas. La distinción puede ser sutil. Los periodistas y los científicos de datos conocen las señales que deben buscar para saber si una cuenta de redes sociales es falsa, como, por ejemplo, el manejo sin sentido de la cuenta y un bajo número de seguidores, pero estos métodos no son infalibles. A través de herramientas analíticas, expertos como Escorcia pueden revelar evidencia de comportamiento irregular. Pero cualquier intento de medir el impacto de una idea plantada por trolls es una ciencia imperfecta y requiere mucho trabajo.
Los tuits de CONAIE estaban cargados de un antiguo racismo. Pero los métodos que usaban los trolls eran nuevos, basados en una estrategia perfeccionada por nada menos que el expresidente Rafael Correa.
El 24 de enero de 2015, el entonces presidente Correa apareció en su programa de televisión semanal Enlace Ciudadano usando una camisa blanca abotonada y portando en la cara una sonrisa de satisfacción. Un micrófono colgaba alegremente de su mano izquierda. La cámara estaba colocada ligeramente debajo de él, por lo que los espectadores tenían que mirar hacia arriba.
Correa hizo este programa todos los sábados por la mañana durante los diez años de su presidencia y debido a que fue transmitido por al menos 300 estaciones de radio y dos canales de televisión, gran parte de Ecuador lo escuchó y lo vio. Ese día, estaba hablando de un ciudadano que lo había reprendido en Twitter. El personal del presidente había investigado al crítico y Correa estaba listo para revelar sus hallazgos a la nación. El infractor resultó ser un chico de 18 años. El presidente anunció el nombre completo y la ciudad natal del chico y lo amenazó: “Somos más [que tú]. Muchos más”.
En seguida se dirigió a la nación. “Por temas de seguridad nacional, tenemos que saber quiénes son estas personas enfermas”, dijo. “También para averiguar si cuando ya no son anónimos siguen siendo lo suficientemente valientes como para lanzar insultos”. La multitud aplaudió y gritó: “¡Bravo!” Correa pidió a los ciudadanos que informaran sobre las identidades reales de cualquier usuario de las redes sociales que lo criticara. También los alentó a contraatacar.
Fue un teatro político agresivo. Pero Correa no necesitaba ciudadanos para contraatacar. Tenía sus trolls.
Durante la mayor parte de su mandato, las calificaciones de aprobación de Correa flotaron por encima del 60%. Esto se debió en una parte a las políticas que parecían estabilizar la economía al tiempo que aliviaban la desigualdad, y por otra parte a una estrategia de relaciones públicas que hizo de las redes sociales un campo de batalla. Correa utilizó fondos del erario para establecer un número desconocido de cuentas falsas, al menos cientos, pero posiblemente miles, controladas por lo que los ecuatorianos llamaron “centros troll”, oficinas en las que los empleados administraban múltiples cuentas cada uno. Usó tres ministerios del gobierno para ingeniar la desinformación, según una investigación de la publicación Códigio Vídrio publicada en abril. Esta fue una de las primeras veces en la historia que un político movilizó todo un ejército en Twitter. Sembraron guiones en Internet que promovían al presidente y atacaban a sus enemigos. “Él sabía cómo entrar en tu mente y en tu corazón”, dijo Efren Guerrero, un abogado y politólogo que enseña en la Pontifica Universidad Católica del Ecuador. “La herramienta principal de Correa no fueron las obras públicas sino las comunicaciones”. Y Twitter fue una pieza clave de esta estrategia.
La plataforma no llega a la mayoría de los ecuatorianos, pero es influyente. Es una herramienta de quienes dirigen el país: los urbanitas y la clase política. Y Correa superó los límites de la audiencia natural de Twitter en Ecuador llevando sus batallas virtuales a su programa del sábado.
En 2015, periodistas de investigación revelaron el uso de trolls por parte del presidente al publicar detalles de contratos entre la administración y una empresa de relaciones públicas. Esos contratos estaban plagados de cláusulas extrañas y señales de que existían tratos por fuera. Se empezaron a escuchar rumores, por parte de empleados públicos trabajando en comunicaciones ministeriales, sobre estar siendo forzados a tuitear en apoyo de la administración. El troleo había surgido en Ecuador antes de que Correa fuera elegido, dijo Apawki Castro, Director de Comunicaciones de CONAIE, pero no estaba integrado en la política y no se parecía en nada a lo que después acabaría siendo.
Aunque los trolls mantienen una imagen pública exagerada y agresiva, tienden a desaparecer cuando se les aborda directamente. Ningún troll o empleado del gobierno relacionado con estas actividades estaría de acuerdo en hablar para este artículo. Pero alguien tiene que lidiar con los restos que dejan atrás. Al igual que en gran parte del mundo, existen organizaciones de privacidad digital en América del Sur que hacen de todo: desde facilitar sesiones de capacitación sobre derechos hasta documentar ataques y apoyar a las víctimas.
En total, nunca sabremos cuántos “centros troll” atacaron a los ecuatorianos para Correa o cuántos empleados trabajaron en ellos. Pero lo que sí está claro es que Correa fue su líder.
Después de ese show del sábado en 2015, un ejército de trolls de Twitter fue tras el crítico de 18 años. Era una muestra relativamente modesta de su capacidad; los ataques podrían llevaban a cabo a una escala mucho mayor. A menudo ocurrían durante el show del sábado por la mañana, cuando los trolls convertían los pensamientos de Correa en trending topics. “Fue una guerra de tuits”, dijo Roberto Chávez, periodista de la tienda progresiva Wambra, que los veía actuar en tiempo real. Pero más allá de los enjambres del sábado, los trolls tenían otras tareas. “Correa enviaba cinco tuits los lunes a las 8 a.m. y esa era la agenda política de la que iba a hablar esa semana”, dijo Chávez. “Tenía ‘likes’ y retuits de inmediato, los mensajes se repetían: ‘Sí, mi presidente. Gracias por todo, mi presidente’”.
Cuando el objetivo era realizar una crítica feroz, las víctimas eran a menudo periodistas, indígenas y feministas. Una de las innumerables veces que Carlos Andrés Vera, un cineasta, fue atacado, todos los agresores tuitearon la misma fotografía: Una imagen que Vera había tomado de sus hijos en su teléfono, pero que nunca había publicado en ningún lado. “El mensaje fue: ‘Tenemos acceso a tu teléfono. Te estamos observando’”, dijo Vera. “Obviamente uno no está acostumbrado a eso y te genera inquietud”.
Los ataques hacia él, y hacia la mayoría de los objetivos, fueron en aumento. Vera, quien hizo un documental sobre los pueblos indígenas y fue un vocero crítico de la minería y la perforación petrolera de Correa en los territorios indígenas, fue constantemente tachado como enemigo del estado. En una ocasión, un troll amenazó con hacer un video pornográfico de su hijo pequeño. Vera tiene ahora 9,080 cuentas bloqueadas en Twitter. Solía imaginar a los trolls como “psicópatas inhalando cocaína, echados sobre sus teclados”, pero ahora lo entiende mejor. “El gobierno se convirtió en ese psicópata”, dijo. “Ese es el gran salto que hizo Ecuador”.
Cualquiera que criticara públicamente al presidente se arriesgaba a convertirse en objetivo. La ubicación exacta de la casa de una líder feminista se publicó en Twitter. A la periodista de investigación Martha Roldós le piratearon su cuenta de correo electrónico y Correa leyó su contenido en el programa de los sábados. Cuando la abogada Silvia Buendía criticó la oposición del presidente a los derechos reproductivos y LGBT, los trolls le enviaron amenazas de muerte.
El hecho de que tal hostigamiento obtuviera apoyo del público podría haber sido difícil de creer antes de las elecciones presidenciales más recientes en países como Estados Unidos, Filipinas, El Salvador y Brasil. Correa, al igual que otros líderes populistas, se posicionó como un extraño en contra del sistema. Algunos ecuatorianos expresaron su rabia por sus tácticas en línea. Pero sus políticas redistributivas mejoraron muchas vidas y, en ese sentido, la agresión en línea puede haber parecido una nota a pie de página en una batalla histórica contra la desigualdad.
Y, al igual que en otros países, una vez que el trolling se introdujo en el discurso político, se convirtió en la norma.
Cuando el mandato de Correa terminó en 2017, dejó la presidencia, y el internet ecuatoriano se mantuvo relativamente tranquilo. Algunas de sus antiguas víctimas creen que se llevó a sus trolls con él. Pero esto no duró mucho tiempo. La práctica del trolling se mantuvo e incluso se extendió. Contratar trolls y actuar como tal se convirtió en parte de lo que implica ejercer el poder presidencial en Ecuador. El verano pasado, Twitter anunció que había desmantelado una red de 1,019 cuentas, en su mayoría falsas, vinculadas a la administración de Moreno. En comparación con Correa, Moreno parece tener mucho menos trolls. Sin embargo, empleados de los departamentos de comunicaciones ministeriales aún se quejan en grupos privados de WhatsApp porque se espera que tuiteen en apoyo de la administración. Sin embargo, dado que el gobierno de Moreno está operando bajo un esquema de austeridad, uno se imagina que no puede permitirse un ejército de trolls del tamaño de su predecesor.
Trolling fue un gran éxito para Correa y desde entonces se ha convertido en una estrategia para movilizarse en torno a cualquier causa política. “Después de Correa, la práctica de utilizar trolls se esparció y democratizó”, dijo Martha Roldós, una periodista de investigación que también fundó la Fundación Mil Hojas, la publicación que reveló los contratos de trolling de la administración. Correa y sus acólitos todavía movilizan a veces al ejército; la investigación de Códigio Vídrio descubrió su presencia durante las protestas de octubre de 2019 y en respuesta a la pandemia de COVID-19. Pero las víctimas de los trolls observaron que desde la salida de Correa, ha habido una proliferación de cuentas falsas que aparentemente representan a grupos de interés, como por ejemplo organizaciones pro vida, sin conexión aparente con el gobierno.
Un ataque troll independiente se produjo en forma de un video de bajo presupuesto que apareció en Twitter durante una batalla legislativa de 2019 sobre los derechos al aborto. El video empalma fotos de líderes proabortistas y LGBT con una escena sombría de una bruja preparando su poción. La abogada feminista Soledad Angus Freré, que aparece en el video, dijo que ya está acostumbrada a dichos ataques y está convencida de que se originan en “centros de troll anti-derechos” dirigidos por grupos privados de derecha. Muchas víctimas de trolling post-Correa concuerdan con esta creencia. Por ejemplo, cuando Wambra realizó una investigación el año pasado sobre niñas menores de 14 años que se habían visto obligadas a dar a luz después de ser violadas, los periodistas notaron una tendencia en las reacciones de Twitter: un conocido líder social conservador atacaría los tuits que apoyaban la investigación y una ola de cuentas falsas reflejarían de inmediato ese mensaje inicial.
Buendía, el abogado que recibió amenazas de muerte después de criticar al presidente en Twitter, experimentó este cambio de cultura personalmente. “Cuando Correa dejó el gobierno, vi que los ataques tenían una intensidad mucho menor”, dijo Buendía. “Ahora existen diferentes tipos de ataques, mucho menos formales, menos profesionales”, coordinados por “personas reales que tienen cuentas falsas y las usan para acosar y humillar a las personas”, dijo. “No es como en la época de Correa: son mucho menos y están menos organizados, pero son igual o más violentos”.
En cierto sentido, se han vuelto más sofisticados. Los trolls solían ser fáciles de identificar. Eran cuentas con pocos seguidores que a menudo se seguían mutuamente y habían sido creadas recientemente. Sus nombres de usuario eran normalmente nombres aleatorios seguidos de números sin sentido. Si tenían alguna imagen de perfil, generalmente era una imagen neutral, como una cita inspiradora o una flor. “Era muy falto de ingenio”, dijo Valeria Betancourt, quien analiza la política de información en la Asociación para el Progreso de las Comunicaciones en Quito. “Estaba muy claro que se trataba de trolls”.
Pero a medida que estas cuentas maduraron, comenzaron a parecer más humanas. Acumularon largas historias de tuits que abarcaban varios temas. Las personas que crearon estas cuentas se volvieron más inteligentes. Robaron fotos reales para usarlas en sus perfiles y obtuvieron mejores nombres de usuario. Esto empeoró debido a prácticas como el “tráfico de cuentas”, en el que las personas reales venden sus cuentas para usarlas como trolls. Actualmente, “a primera vista, parecen ser reales”, dijo Vera.
Quizás lo más sorprendente es que la estrategia dio un giro completo: mientras los trolls se esforzaban por parecer humanos, las personas reales comenzaron a adoptar un comportamiento troll, imitando el lenguaje agresivo y violento de los bots. Alexis Moncayo, un reportero de la radio que cubrió las protestas el pasado mes de octubre, fue atacado por una ola de trolls una semana después de que las protestas cesaron. Los atacantes, que creía que estaban alineados con el gobierno de Moreno, lo acusaron de “incitar a la rebelión” y de conspirar con el expresidente Correa. Fue entonces cuando comenzó la intimidación en persona. Robaron dos residencias en la planta baja de su edificio de apartamentos a plena luz del día. Una figura política le envió mensajes amenazantes en WhatsApp. Comenzó a inspeccionar regularmente su automóvil en caso de que se hubieran plantado drogas en él. Finalmente, ante la insistencia de su familia, dejó su trabajo.
<img src=”https://149346090.v2.pressablecdn.com/wp-content/uploads/2020/03/AP_19281642639985-scaled-1-648×432.jpg” alt=”A CONAIE protest in October 2019.
Juan Diego Montenegro/DPA, via Associated Press
Original caption:
08 October 2019, Ecuador, Quito: Members of indigenous communities march with sticks against President Moreno’s economic policies. The Confederation of Indigenous Peoples (CONAIE) has called for a big march to Quito. The Ecuadorian capital is expected to host around 20,000 demonstrators of indigenous peoples protesting against fuel price increases and oil production in their territories on Tuesday. The government declared a state of emergency and moved from the capital to Guayaquil. Photo by: Juan Diego Montenegro/picture-alliance/dpa/AP Images” />
La administración anterior pudo haber controlado sus trolls, pero nadie controla el trolling. Una vez introducidos en el entorno, los trolls alterarán su esencia y no está claro si ese proceso corrosivo puede revertirse. Al contratar trolls y pagarles con dinero del gobierno, Correa cambió la forma en que se desarrollan los debates sobre creencias, políticas y candidatos en Ecuador.
En octubre del año pasado, el abogado Lenin Sarzosa defendió en la corte a 22 indígenas que habían sido arrestados en las protestas de ese mes. Seis eran menores y todos enfrentaban cargos de terrorismo. La fiscalía alegaba que habían incendiado un edificio del gobierno durante la agitación, pero en poco tiempo, el gobierno retiró esos cargos, no había evidencia que los respaldara. Aun así, el caso fue una victoria de comunicación para los trolls. Sarzosa se dio cuenta de su verdadero poder el otoño pasado cuando vio el hashtag #CoNAIEterroristas pintado en una pared en Quito. El eslogan se extendió rápidamente, el trolling virtual se había permeado al mundo real.
Guerrero, el politólogo, cree que el trolling persistirá como estrategia política. “El medio es el mensaje. Incluso el presidente se ha convertido en un producto de relaciones públicas”, dijo. “Así que tomas Internet y lo manipulas contaminando información”. Él predice que los candidatos en las elecciones presidenciales del país en 2021 necesitarán sus propios ejércitos de trolls para ser competitivos.
Debido a que el trolling presidencial explotó en Ecuador antes que en otros países, Guerrero describe al país como un referente de la evolución del acoso en línea y las noticias falsas. “Ecuador ha sido un tubo de ensayo. Es un país pequeño que ha sido un gran, gran experimento”. Los medios nacionales habían sido siempre una fuerza a tener en cuenta para los presidentes, dijo Guerrero, pero Correa simplemente los pasó por alto y usó las redes sociales para diseñar los titulares que quería. Siempre controló la conversación, incluso cuando estaba siendo criticado por ello. Guerrero apuntó a la continua popularidad de Correa y sus 3.5 millones de seguidores en Twitter. “Teníamos noticias falsas antes de que existiera el concepto de noticias falsas”, dijo. “La gente en Estados Unidos está sorprendida por Trump, pero nosotros ya fuimos y vinimos”.
Danielle Mackey es una periodista de investigación independiente con sede en El Salvador. También enseña en el departamento de periodismo de la City University de Nueva York.
Publicado via Rest of the World en Inglés.