Como economista, he escuchado muchas explicaciones complejas sobre la famosa oposición de Karl Marx al capitalismo. Sin embargo, el razonamiento de Marx se reduce fundamentalmente a algo sencillo: la felicidad. Creía que el capitalismo hacía infelices a las personas al tratarlas como parte de una máquina en la que se expulsa a la persona y sólo queda la productividad. “La actividad espontánea de la imaginación humana, del cerebro humano y del corazón humano, opera en el individuo independientemente de él”, escribió Marx en su ensayo de 1844 “El trabajo ajeno”. “Pertenece a otro; es la pérdida de su yo”. Los trabajadores son cosificados, en su opinión, convertidos en miserables cascarones.
Se esté o no de acuerdo con la evaluación de Marx sobre lo que nos hace el sistema capitalista, muchos de nosotros hacemos indiscutiblemente lo que él describe para nosotros mismos. Demasiadas personas que trabajan duro y se esfuerzan por alcanzar el éxito se autocosifican como excelentes máquinas de trabajo y herramientas de rendimiento.
Los que se esfuerzan buscan el éxito profesional para obtener satisfacción y felicidad. Pero la auto-objetivación hace que ambas cosas sean imposibles, lo que nos aboca a una vida de logros sin alegría y metas inalcanzables, seguida de la tragedia de un inevitable declive. Para ser felices, tenemos que deshacernos de esas cadenas que nos ponemos a nosotros mismos.
Cuando se trata de la felicidad, Marx tenía razón: La objetivación disminuye el bienestar. Las investigaciones demuestran, por ejemplo, que cuando las personas son reducidas por los demás a atributos físicos mediante miradas objetivas o acoso, puede disminuir la confianza en uno mismo y la competencia en las tareas. El filósofo Immanuel Kant se refirió a esto como convertirse en “un objeto de apetito para otro”, momento en el que “todos los motivos de relación moral dejan de funcionar”.
La objetivación física es sólo un tipo. La objetivación en el trabajo es otra, y una especialmente perjudicial. En 2021, tres investigadores franceses desarrollaron en la revista Frontiers in Psychology una medida de objetivación en el lugar de trabajo basada en la sensación de ser utilizado como una herramienta y no ser reconocido como un agente en el entorno laboral. Como señalan, la objetivación en el lugar de trabajo puede provocar agotamiento, insatisfacción laboral, depresión y acoso sexual. Esto puede suceder si un jefe trata a sus empleados como nada más que mano de obra desechable, o incluso si los empleados ven a su jefe como nada más que un proveedor de dinero.
El caso de la objetivación de los demás es bastante sencillo. Menos obvio, pero igualmente perjudicial, es cuando el cosificador y la persona cosificada son la misma persona. El ser humano es capaz de cosificarse de muchas maneras, por ejemplo, evaluando su autoestima en función de su aspecto físico, su posición económica o sus opiniones políticas, pero todas ellas se reducen a un acto central perjudicial: reducir la propia humanidad a una sola característica y, por tanto, animar a los demás a hacerlo también. En el caso del trabajo, esto puede consistir en juzgar la autoestima -positiva o negativamente- en función del rendimiento laboral o la posición profesional.
Al igual que nuestra cultura del entretenimiento nos anima a autocosificarnos físicamente, nuestra cultura laboral nos empuja a autocosificarnos profesionalmente. Los estadounidenses tienden a valorizar la motivación y la ambición, por lo que dejar que el trabajo se apodere de prácticamente todos los momentos de la vida es preocupantemente fácil. Conozco a muchas personas que no hablan de casi nada más que de su trabajo; que dicen, esencialmente, “yo soy mi trabajo”. Esto puede parecer más humanizador y empoderador que decir “soy la herramienta de mi jefe”, pero ese razonamiento tiene un fallo fatal: en teoría, puedes deshacerte de tu jefe y conseguir un nuevo trabajo. Pero no puedes deshacerte de ti.
Hasta ahora, no he podido encontrar ningún estudio publicado sobre el bienestar de los profesionales que se autocosifican. Pero podemos tomar una pista de la autocosifican física, que se ha demostrado que aumenta la depresión y disminuye la capacidad de resolver problemas. El sentido común nos dice que la auto-objetivación en el trabajo es una tiranía igual de desagradable. Nos convertimos en el despiadado señor del trabajo de Marx, que nos da un látigo sin piedad, viéndonos a nosotros mismos como nada más que Homo economicus. El amor y la diversión se sacrifican por otro día de trabajo, en busca de una respuesta interna positiva a la pregunta “¿Ya tengo éxito?” Nos convertimos en simulacros de personas reales.
Y luego, cuando el final llega inevitablemente -cuando se produce el declive profesional- nos quedamos desprovistos y desecados. Como me dijo un CEO autocosificador por excelencia: “En los seis meses posteriores a la jubilación, pasé de ser Quién es Quién a Quién es Él”.
- ¿Es usted un autocosificador en su trabajo o carrera? Hágase algunas preguntas y contéstelas con sinceridad.
- ¿Es tu trabajo la mayor parte de tu identidad? ¿Es la forma en que te presentas, o incluso te entiendes a ti mismo?
- ¿Te encuentras sacrificando las relaciones amorosas por el trabajo? ¿Has renunciado al romance, a la amistad o a formar una familia por culpa de tu carrera?
- ¿Te cuesta imaginar que serías feliz si perdieras tu trabajo o tu carrera? ¿La idea de perderlo te parece un poco como la muerte?
Si has respondido afirmativamente a alguna o a todas estas preguntas, reconoce que nunca estarás satisfecho mientras te cosifiques a ti mismo. Tu carrera o trabajo debería ser una extensión de ti, y no al revés. Hay dos prácticas que pueden ayudarte a reevaluar tus prioridades.
1. Consigue un poco de espacio.
Tal vez haya estado en una o dos relaciones poco saludables en su vida, pero sólo lo reconoció cuando tuvo una ruptura de la misma, ya sea voluntaria o involuntaria. De hecho, esta tendencia humana probablemente contribuya a que la mayoría de las separaciones de prueba acaben en divorcio, especialmente cuando duran más de un año. El espacio proporciona perspectiva.
Utilice este principio en su vida profesional. Para empezar, debería ser el objetivo principal de tus vacaciones: descansar del trabajo y pasar tiempo con la gente que quieres. Por muy obvio que parezca, eso significa tomarse las vacaciones y no trabajar durante ellas. Tu empresa debería agradecerte que lo hagas: Yo he sido director general y puedo asegurar que sólo quería empleados que trabajaran con todo su corazón y su libre albedrío. Si necesitaban irse, quería que se fueran.
En relación con esto está la antigua idea de guardar el sábado, o de tomarse un tiempo regular fuera del trabajo cada semana. En las tradiciones religiosas, el descanso no es sólo agradable; es fundamental para entender a Dios y a nosotros mismos. “Porque en seis días el Señor hizo el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, y descansó en el séptimo día”, dice el libro del Éxodo. “Por eso el Señor bendijo el día de reposo y lo santificó”. Si Dios descansa del trabajo, quizá tú también deberías hacerlo.
Esta práctica no tiene por qué ser religiosa, y puede hacerse de muchas maneras, además de evitar todo el trabajo en sábado o domingo. Por ejemplo, puedes tomarte un pequeño sábado cada noche proscribiendo el trabajo y dedicando toda tu actividad a las relaciones y al ocio.
2. Haz amigos que no te vean como un objeto profesional.
Muchos profesionales que se auto-cosifican buscan a otras personas que les admiren únicamente por sus logros laborales. Esto es bastante natural -me hace sentir bien cuando una persona que conozco por primera vez me reconoce como columnista de The Atlantic y no como un tipo cualquiera-, pero puede convertirse fácilmente en un obstáculo para la formación de amistades sanas, que todos necesitamos. Si te autocosificas en tus amistades, puedes facilitar que tus amigos te objetiven.
Por eso es tan importante tener amigos fuera de los círculos profesionales. Entablar amistad con personas que no tienen ninguna relación con tu vida profesional te anima a desarrollar intereses y virtudes no laborales, y así ser una persona más plena. La forma de hacerlo va de la mano de la recomendación nº 1: no te limites a pasar tiempo fuera del trabajo; pásalo con personas que no tengan ninguna conexión con tu trabajo.
Puede que desafiar tu propia autocosificación te haga sentir incómodo. Sinceramente, a mí me asusta. La razón es sencilla: Todos queremos destacar de alguna manera, y trabajar más que los demás y ser mejores en nuestro trabajo parece una forma directa de hacerlo. Se trata de un impulso humano normal, pero que sin embargo puede conducir a fines destructivos. Muchos de mis alumnos me han confesado que prefieren ser especiales a ser felices, y yo también me he sentido así a menudo.
La gran ironía es que, al intentar ser especiales, acabamos reduciéndonos a una única cualidad y convirtiéndonos en engranajes de una máquina creada por nosotros mismos. En su libro Understanding Media (1964), Marshall McLuhan dijo: “El medio es el mensaje”. Señaló que en el famoso mito griego, Narciso no se enamoró de sí mismo, sino de la imagen de sí mismo. Y lo mismo ocurre cuando nos autocosificamos profesionalmente: Nuestro trabajo es nuestro medio y se convierte en nuestro mensaje. Aprendemos a amar la imagen de nuestro yo exitoso, no a nosotros mismos tal y como somos en la vida.
No cometas este error. Tú no eres tu trabajo, y yo no soy el mío. Quita tus ojos del reflejo distorsionado, y ten el valor de experimentar tu vida plena y tu verdadero yo.